Jueves Santo

17 de Abril de 2025

1 Corintios 11:23-26

 

23 Yo recibí del Señor lo mismo que les he enseñado a ustedes: Que la noche que fue entregado, el Señor Jesús tomó pan, 24 y que luego de dar gracias, lo partió y dijo: «Tomen y coman. Esto es mi cuerpo, que por ustedes es partido; hagan esto en mi memoria.» 25 Asimismo, después de cenar tomó la copa y dijo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que la beban, en mi memoria.» 26 Por lo tanto, siempre que coman este pan, y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor, hasta que él venga.

“Hagan esto en memoria mía”, dice Jesús. La memoria del ser humano es imperfecta, y todavía no hemos logrado entender bien cómo funciona el sistema de codificar, almacenar y recuperar nuestras memorias. Sabemos que hay varias maneras para imprimir en la memoria nuestras experiencias, tanto inconsciente como conscientemente. Por haber visitado a mayores con fallas de memoria muy graves, siempre me quedé sorprendida como a veces la gente, perdida en su día a día, reconocían la liturgia, y en especial la santa cena. Quedó grabado, y la luz de reconocimiento brillaba en sus ojos. Y capaz era por repetición, por la costumbre de acercarse a la mesa del Señor. No puedo decir con certeza, pero supongo que tiene más que ver con que Jesús nos acerca por medio de este sacramento. Y que la historia de esta cena simple de pan y vino reúne la suma total de la historia del pueblo de Dios.

Cuando hablamos de memoria en el sentido de la santa cena, es mucho más que mis memorias, mis experiencias, sino la memoria del pueblo entero, de generación en generación. Trae a la mente toda la trayectoria de la relación de Dios con la humanidad. Desde el principio: cuando Dios habitaba con la primera pareja humana, compartiendo la vida plena. Se cortó porque desobedecieron a Dios porque quisieron ser como Dios.  Y allí vemos nuestra propia tendencia de hacernos dueños y dueñas de cosas que no son nuestras. Y a la vez, vemos que Dios les cuida a pesar de la ruptura de la relación, asegurando que tiene ropa para salir del jardín.

En la historia de Abraham, y Isaac, hay la muestra de confianza en Dios hasta casi sacrificar al hijo único, y el carnero enredado que tomó su lugar, la provisión de Dios. Vemos que a veces tenemos la capacidad de confiar con Dios (incluso si hay miles de ejemplos al contrario). Y al lado de esta historia vemos como Dios no retiene a su único hijo, sino que él aguanta el sufrimiento de la cruz. Jesús se pone en nuestro lugar como un ser humano, para llevar el sufrimiento humano, mostrando de nuevo la fidelidad de Dios para nosotras y nosotros.

Sería negligente no mencionar la Pascua judía, la liberación del pueblo hebreo de Egipto. Por medio de la cena comunitaria, Dios salva a su pueblo y les da fortaleza para la jornada larga para llegar a la tierra prometida. Y esta historia se cuenta, como Dios manda, cada año, y no solo está contada, sino vivida en la comunidad judía. Comen el cordero y las hierbas amargas para recordar (recuperar la memoria) de que eran esclavos en Egipto. Es una memoria viva, porque no solo es para recordar que sus antepasados eran esclavos sino vivir la historia como si ellos mismos fueran esclavos y Dios hoy en día está liberando su pueblo.   “Deberán celebrar esta fiesta de los panes sin levadura, porque fue en este día cuando los saqué a todos ustedes de Egipto. Por lo tanto, sus generaciones futuras deberán cumplir con este mandamiento como costumbre perpetua.” (Exodo 12:17).

Así leemos lo que Pablo escribe a los corintios. Es memoria de la noche en que fue entregado, contado por Jesús a Pablo, y contado por Pablo a los corintios (de nuevo). “Yo recibí del Señor lo mismo que les he enseñado a ustedes.” Y llegamos a las palabras que hemos escuchado innumerables veces “En la noche en que fue entregado…”

Las palabras resuenan en nuestras memorias. Y vivimos la historia. Comemos el pan y tomamos de la copa. Y aquí recordamos quienes estuvieron aquella noche- sus discípulos, y entre ellos, Judas quien lo traiciona. Los autoridades buscaban detener a Jesús, y lo hicieron con ayuda de alguien del círculo íntimo. Y Jesús sabiendo bien que iba a suceder, y con quienes cenó, ofreció su cuerpo y sangre para ellos. Hace un pacto nuevo con la humanidad, y nos da su vida. Para quien lo traiciona y quien lo niega, en toda su humanidad frágil. 

Y la historia no acaba con los discípulos en el aposento. Jesús sella el pacto en la cruz, derramando el amor de Dios para cada persona, amigo y enemigo. Elige morir para mostrarnos la insensatez de nuestra violencia. Elige sufrir en solidaridad con todas las personas que sufren. Nos entrega su cuerpo, muriendo para concedernos la vida. Ofrece su sangre para liberarnos de nuestras cadenas, vaciando el poder de todo lo que nos ata.

            Jesús dice: «Tomen y coman. Esto es mi cuerpo, que por ustedes es partido; hagan esto en mi memoria.»

«Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que la beban, en mi memoria.»

Respondemos a estas palabras, y llegamos a la mesa del Señor con manos vacías, y corazones llenos; a veces de alegría y agradecimientos y a veces de tristeza, duelo, y adversidades. Tenemos momentos de fidelidad a nuestra fe, y confianza con Dios, y en otros momentos flaqueamos. Y igual, Jesús nos invita a comer. Nos nutre y nos sane, nos limpia del pecado.

En esta comida se reúne toda la familia cristiana de toda la historia en una mesa, en memoria de Jesús. Recordando todo lo que Dios ha hecho para afirmarnos como amadas hijas y amados hijos de Dios. Jesús nos alimenta con su propio ser. Salva la distancia entre la humanidad caída y Dios, con su presencia entre nosotras y nosotros.

Como seres humanos, solemos olvidar nuestra propia historia. Solemos olvidar el significado profundo de nuestra práctica religiosa, o por lo menos no tenerla muy presente. Sin embargo, la memoria de nuestro Dios, quien nos llama a la mesa de misericordia, la mesa de vida, nunca olvidará de su creación, ni su deseo de compartir su vida con nosotras y nosotros. Dios nos recuerda y al propósito no recuerda nuestro pecado. Nos libera del pecado, la muerte y las fuerzas que opone a Dios para que podamos ser su pueblo, con memoria viva, caminando con Jesús hacia la cruz.

Recordando el cuidado que Dios tiene para cada persona, la cercanía que Dios ha tendido con su pueblo desde el principio,  vivimos  lo mismo en nuestras comunidades. Recibimos el cuerpo de Cristo y nos hacemos su cuerpo vivo, derramando amor al prójimo, y trabajando para que todo el mundo tenga para comer. Un pueblo con memoria cuida a la gente vulnerable, como, por ejemplo, quienes no pueden recordar. Aseguramos la dignidad para ellos y ellas, presentes para acompañarlos en las dificultades de debilitarse. El pueblo de Dios con memoria del sufrimiento, acompaña a quienes sufren, y lucha por la libertad de cada persona. La memoria de la cruz nos impulsa a oponernos al uso de violencia en todos los ámbitos y en toda forma.  Somos un pueblo con la memoria viva de la muerte de Jesús, y la memoria de su resurrección, la vida nueva, la vida plena, que es para todo el mundo.  

Amén.

Descarga el material