Reflexión de la Pastora Daniela Belén Cainzos

30 de noviembre de 2025

Texto: Mateo 24:36-44

Comenzamos un nuevo año litúrgico. Para los cristianos y las cristianas, el Adviento es una época profundamente significativa: un tiempo de preparación y de espera activa de la venida de Jesús en el humilde pesebre. Este es el primero de cuatro domingos en los que caminaremos hacia la Nochebuena para culminar recibiéndole en ese humilde pesebre.

El texto asignado para este Primer Domingo de Adviento, proveniente de Mateo 24, se encuentra en el sermón sobre el fin de los tiempos de Jesús e incluye la mención del relato de Noé como ejemplo del Fin de los Tiempos.

A primera vista, la elección de un texto sobre el fin del mundo al comienzo del Adviento parece contradictoria. Sin embargo, si analizamos el contexto, comprendemos la intencionalidad del leccionario. El Adviento posee una doble dimensión: no solo es la preparación para la primera venida de Jesús la Navidad, sino también la espera vigilante de Su Segunda Venida.

El concepto del “Fin de los Tiempos” en Mateo no se refiere primariamente al fin del mundo, sino a la culminación de la historia de la salvación, marcada por la destrucción del Templo de Jerusalén y la Segunda Venida de Jesucristo. La destrucción del Templo significó para el pueblo que aquello que se creía inquebrantable podía caer en un instante. Esto mostró la vulnerabilidad y finitud de todo lo terrenal. Jesús, consciente de este desconcierto, no termina con una profecía de miedo, sino con un mensaje de esperanza activa.

El texto de hoy nos enseña las acciones a tomar mientras transcurre el tiempo. Jesús nos da la clave para vivir el Adviento: velar (implica ser conscientes del tiempo, no vivir cegados por la rutina como en los días de Noé), estar preparado/a (no es una acción de último minuto, sino la condición constante de un corazón alineado con la voluntad de Dios) y cuidar (ser fieles a la misión de Dios, estar atentos/as a quienes viven alrededor nuestro, a quienes nos debemos en amor y servicio).

Esto implica una vida en la que ponemos la mirada en Jesús, que vino, está con nosotros y vendrá; y también podemos poner la mirada en quienes viven alrededor nuestro y a quienes nos debemos en amor y servicio. Vivir así es tener a Jesús presente día a día. Y, de hecho, esa certeza se transforma en realidad y debe impulsarnos a revisar nuestra actitud y nuestras acciones, llevándonos a anunciar a Jesucristo y a practicar la solidaridad con sus hermanos y hermanas más vulnerables.

En este tiempo de Adviento que se inicia, preguntémonos: ¿A quién, en mi entorno, debo mirar con más atención y servir con mayor humildad para manifestar el amor de Jesús en el presente Adviento?

Que Dios nos ayude a estar siempre con una esperanza activa, velando, preparando y cuidando el camino hacia el pesebre. Amén.

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